Sábado XXXI del Tiempo Ordinario

 


Si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?
Lc 16, 9-15

Iba yo pidiendo por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a los lejos, como un sueño magnifico.
Y yo me preguntaba, maravillado, quien sería aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hacia el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado.
Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un méndigo! Y yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en el montón.
¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dártelo todo!

Rabindranath Tagore, 1861-1941



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