Martes XXVIII del Tiempo Ordinario

Dad limosna, y lo tendréis limpio todo
Lc 11, 37-41

    Una mirada que sepa captar los frutos del Espíritu entre las vicisitudes de la historia. Ésta es la misión del discípulo en el mundo. El discípulo de Cristo tiene ojos que llegan, y contempla cosas ocultas a la mirada de la mayoría.
    A primera vista, nuestra historia se parece mucho a un conjunto de buenas intenciones puntualmente desmentida por los hechos. Con el pasar de los años, personas e instituciones se estancan, las ilusiones se desvanecen y aparece la desilusión y, a veces, la desesperación. Sólo el ojo contemplativo de quien  se hace discípulo consigue ver, entre las ruinas de la historia, la flor que se abre y, sobre el tronco seco de la propia vida -o de la propia comunidad-, el germen del que habla Isaías. 





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