Viernes XXIV del Tiempo Ordinario
Las mujeres iban con ellos, y les servían con sus bienes
Lc 8, 1-3
Una madre nos sirve de pretexto para hablar de Dios en femenino y en maternal. Una madre preocupada y un niño despreocupado, pues en sus brazos se sabe bien protegido de cualquier mal. La mano encallecida y los brazos cerrados le enseñan a perdonar y a acoger.
¡El regreso al útero! El tiempo feliz de nuestra infancia es posible recrearlo en manos de Dios, pero no para vivir allí perpetuamente, sino para aprender el oficio y hacer de madre para los demás. Primero aprendiendo a mirar, poniendo en los ojos comprensión, luz y calor; poniendo en los labios caricias y besos; en las manos suavidad y ternura para, como colofón, atrevernos a mecerte, a Ti mismo Señor, en nuestras manos de madre.
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