Sábado XVII del Tiempo Ordinario

 

Herodes mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a contárselo a Jesús
Mt 14, 1-12

Enséñanos, Señor, la visión completa de la vida.
Que no dejemos de saludar cada día su formidable milagro ni de recibirlo con un corazón humilde.
Que no dejemos de fascinarnos por la prodigiosa red de amor que sustenta el mundo: qué prontitud, que resiliencia, cuánto regalo, cuánta esperanza se esconden invencibles en gestos que se dirían frágiles o en aportaciones que apresuradamente juzgamos insuficientes.
Que no nos volvamos profesionales del lamento y del desanimo, sino apasionados testigos y cantores de lo real, que a cada instante hace más puro.
Que el alma se agigante, revelando su condición de transparencia y de bondad, pues para eso, Señor, tú nos creaste.
Que no lamentemos solo los abrazos que no damos, sino que agradezcamos todos los que ya intercambiamos y cuyo sentido y promesa olvidamos en la distracción de los días.
Te pedimos que nuestra vida se parezca a la sala de ensayos de una compañía donde pacientemente se preparan los pasos de una gran danza.






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