Miércoles XXXIV del Tiempo Ordinario
Sólo pueden seguir a Jesús los que renuncian, de verdad y con todas las consecuencias, a los propios bienes, a la propia instalación, a la propia familia y a toda forma de dominio. En definitiva, ¿qué quiere decir todo esto? La respuesta parece bastante clara: el seguimiento de Jesús exige la libertad y solo es posible desde la más plena libertad. Libertad frente a las cosas (los bienes), frente a las situaciones más queridas (la instalación), frente a las personas (la familia) y frente a uno mismo (toda forma de dominio). Porque sólo donde hay libertad, hay disponibilidad plena, para entregarse, sin condiciones, al servicio de los demás. En definitiva, se trata de comprender que seguir a Jesús es asumir el mismo destino que él asumió. Y bien sabemos que el destino de Jesús fue el servicio incondicional al hombre.
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