Viernes XV del Tiempo Ordinario

 

Misericordia quiero y no sacrificio
Mt 12, 1-8

    Convertirse al Dios de Jesucristo es en esencia la conversión cristiana, que se contrapone a la simple reforma de la vida, por noble que esta pueda ser.
Nadie se convierte en cristiano si no se vuelve al rostro personal de Dios que trasparece en Jesucristo.
Así pues, no nos convertimos a valores impersonales ni a programas movilizadores; ni siquiera a la búsqueda y lucha de una nueva humanidad.
La entrega a los pobres y excluidos de la tierra puede y suele ser un paso de la conversión a Dios.
Pero esta entrega sin más no es todavía conversión cristiana.
Los cristianos nos convertimos al Dios de Jesucristo.
Esta es la relación fundamental que se origina en la conversión.
A partir de ella se regeneran las demás relaciones fundamentales.
El riesgo de confundir en la practica la conversión con una regeneración moral de la conducta es muy real.
Pero la conversión cristiana no es una realidad sustancialmente ética.
Tiene consecuencias éticas, sí, pero antes es una transformación cualitativa de nuestra relación con Dios y, en consecuencia, de nuestras relaciones más fundamentales y constitutivas.
La conversión es, ante todo, una manera nueva de situarnos ante Dios.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Va de libros

Música para el domingo de Pentecostés

Orar por los difuntos...