Sábado IX del Tiempo Ordinario

 


Esa pobre viuda ha echado más que nadie
Mc 12, 38-44

    A veces pienso, Señor, que trastocamos el orden de todo: delante colocamos lo accesorio, y lo esencial queda olvidado en medio de una cotidianidad que nos aturde.
    Corremos, nos agitamos en una especie de vértigo incesante, y cuando paramos, nos olvidamos de estar con nosotros mismos o con los demás.
    Por eso, tiene el valor de una llamada a la conversión aquel encargo que nos llega de la sabiduría oriental: "Si quieres descubrir el sabor de la paz, barre el patio de tu casa y lleva a una fuente tu corazón".
    La paz no es un don adquirido sino una tarea, un empeño concreto, y depende de dos movimientos complementarios: el coraje de aceptar que el patio de mi casa precisa ser barrido y que mi corazón necesita ser aliviado en su sed.
    Hay así un trabajo exterior y un trabajo interior que conjugar.




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