Vigilia de Pentecostés
El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice la Escritura: ‘De su seno correrán ríos de agua viva’. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.
Jn 7, 37-39
Al viento de tu Espíritu,
que animó y ordenó, desde el inicio, la creación toda
e infundió aliento de vida en todas las criaturas
salidas de tu querer y manos,
nos colocamos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que guió a tus profetas y mensajeros,
y a todo tu pueblo -hombres, mujeres y niños-,
por los ambiguos caminos de la historia,
nos aventuramos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que penetró y remansó en el corazón
y vientre de María de Nazaret,
haciéndola portadora de vida y esperanza,
vivimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se apoderó de Jesús Nazareno
y lo llenó de fuerza y ternura
para anunciar la Buena Nueva a los pobres,
nos apostamos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se llevó en Pentecostés los prejuicios y miedos,
y abrió de par en par las puertas del Cenáculo,
para que toda comunidad cristiana
fuera siempre sensible al mundo,
libre en su palabra,
coherente en su testimonio
e invencible en su esperanza,
nos abrimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se lleva, hoy, los nuevos miedos de la Iglesia,
critica en ella todo poder que no sea servicio
y la purifica con la pobreza y el martirio,
nos reunimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que sopla donde quiere, libre y liberador,
vencedor de la ley, del pecado, de la muerte,
y alma y aliento de tu reino,
obedecemos, Señor.
Florentino Ulibarri
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