III Domingo de Pascua
Necesitamos volver una y otra vez a lo que nos ha sucedido. Narrar nuestra historia nos permite, como les pasó a los discípulos de Emaús, que el Señor nos muestre el sentido profundo de todo lo acontecido. Él, como en este pasaje, nos explica la Escritura y nos permite intuir cómo camina a nuestro lado en el día a día. Así lo hizo con estos discípulos que regresaban a casa decepcionados. Jesucristo puede transformar nuestras huidas cobardes en regresos a la comunidad y nuestro desencanto en una ilusión capaz de hacer arder el corazón con sus palabras.
Jesús caminó con los discípulos y entró para quedarse con ellos. Este es el sentido de la Resurrección para Lucas, que Jesús camina junto a nosotros allá donde vayamos y que, allá donde nos alojemos, comerá con nosotros. Para Lucas la Eucaristía es el lugar en el que nos encontramos con el Resucitado. Nos lo relata de forma espectacular Se puso a la mesa con ellos tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Jesús es huésped en casa de los discípulos, pero aquí se comporta como anfitrión cuando coge el pan, lo bendice, lo parte y lo reparte. Y los discípulos reconocen con toda seguridad al Resucitado por la forma en la que parte el pan. Desde entonces el momento de partir el pan es aquel en el que saben que el Resucitado está entre ellos. En cada partición del pan, en cada Eucaristía, en cada santa cena, es el propio Resucitado el que parte el pan para los discípulos y el que nos da su amor.
No perdamos más tiempo, estamos ya en ese camino con más o menos ánimo, como los de Emaús. Dios nos ha puesto ahí, en camino y creo que, a estas alturas, Dios ha dejado más que claro que ya no todos los caminos llevan a Roma.
Hermanas, hermanos: ¿Dejaremos que nos explique las Escrituras y parta para nosotros el pan?
Feliz Pascua
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