Lunes XXXIII del Tiempo Ordinario

 


¿Qué quieres que haga por ti?
Señor, que recobre la vista
Lc 18, 35-43

Es urgente mirarnos a nosotros mismo de frente, con la delicadeza y el amor con que Dios nos mira.
Aceptar lo que hay en nosotros.
Nuestras heridas no son un obstáculo, son una llamada a vivirnos en comunión con Dios y con los otros.
La fragilidad no está tan lejos de curación como pensamos.
La verdad profunda de nuestra fragilidad no puede ser un impedimento a la reconciliación, a la paz y a la alegría, sino un medio de llegar a ellas.
Nuestra fragilidad, considerada en la mirada misericordiosa de Dios, revela alguna cosa importante sobre nosotros mismos, algo que necesitamos escuchar.
Ayúdanos, Señor, a apartar nuestras heridas de las sombras de la fatalidad o de la maldición, para colocarnos a la luz de la esperanza.
Enséñale a nuestro corazón que estamos siempre a tiempo de descubrirnos como hijas e hijos del Padre.



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