Martes XIX del Tiempo Ordinario
La fe es una fuerza que moviliza a la persona entera, en todas sus dimensiones.
En primer lugar, creo "en alguien", o más bien en "Alguien": un Dios infinito que quiere y puede manifestarse y establecer un diálogo con todo ser humano, también conmigo.
La fe también consiste en creer "algo", aunque este "algo" no debe confundirse con un compendio de verdades para aprender de memoria y de una vez para siempre.
Porque la fe crece a medida que crecemos nosotros, necesitamos desentrañar su contenido, comprender lo que significa para nuestra propia vida.
En hebreo, la palabra creer implica la seguridad y la estabilidad que proceden de poder apoyarse en alguien con confianza y abandono.
Creer es también "asentir", tener por verdadero aquellos que Dios promete por medio de la revelación.
La fe requiere "consentir", acoger vitalmente aquello que vamos intuyendo que coincide con la voluntad de Dios.
Creer, por fin, nos llevará a "actuar", porque la fe sin obras está muerta.
Cada vez que recitamos el Credo podremos entonces recordar que creer es un gran regalo, pero también una tarea, llamada a calar todos los espacios de nuestra vida.
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