XX Domingo del Tiempo Ordinario

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».
Jn 6, 51-58

    Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús implica abrirse al otro cuerpo, celebrar el otro cuerpo, y darse al otro cuerpo como muestra del amor de Dios que habita en todos los cuerpos. Pero para esto es justo y necesario que nuestras “liturgias des-corporizadas” y “espiritualoides” abandonen sus miedos, sus temores y sus aberrantes pretensiones de querer normar a cada cuerpo, suprimir los deseos que produce el cuerpo, y sobre todo, condenar al cuerpo que se atreve a experimentar placer y goce. Solo la persona que abrace su cuerpo y experimente placer, dolor, alegría y deseo podrá entender la propuesta revolucionaria de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (v. 54), o como podríamos decir también: “El cuerpo que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida plena.”


A sor Isabel, CRSS;
en el día de su cumpleaños.

Feliz domingo

Comentarios

Entradas populares de este blog

Va de libros

Música para el domingo de Pentecostés

Orar por los difuntos...