XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

 

En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Mc 7, 31-37

    Ciertamente, las acciones en beneficio de los paganos no le quitan nada a Israel, pues las bendiciones del Reino sobreabundan. La sanación del sordomudo, ocurrida en la Decápolis, confirma que las personas extranjeras son definitivamente bienvenidas en el Reino de Dios, no solo como sus beneficiarias sino también como sus testigos.


Feliz domingo





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